viernes, 3 de abril de 2015

FUI TESTIGO

Recordar es como ver una película. Los retazos de la vida brotan como por encanto cuando los invocamos y nos llevan cual máquina del tiempo a parajes y situaciones ya idas corroborando que hemos sido sus testigos.
Para ampliar las fotos un click sobre ellas.

Vagón -Tercera Clase- del Ferrocarril de Antioquia 1950 foto Digar.BPP
Soy testigo de los tiempos en que las muchachas leían historietas de Corín Tellado para aprender a amar, y en navidad comprábamos un cartón del arbolito navideño de Dispol para ver si nos salía premiado.

Entonces en la calle Junín sacaban fotos “Instantáneas”, que había que reclamar varias horas o un día después de tomadas.   Recuerdo cuando los buses Municipales hacían la ruta entre el Barrio Cristóbal y Aranjuez anillo e igual había buses entre Sucre y el barrio Cristóbal, algo similar a la actual ruta de los buses de Circular, pero por otros sectores.
Recuerdo también cuando los buses Municipales tenían una registradora que solo abría el paso luego de echarle una moneda y el conductor no recibía dinero, solo se limitaba a conducir.

Conocí los modernos parquímetros tragamonedas en la avenida primero de Mayo, que extrañamente desaparecieron y que aún se ven en Nueva York y en otra grandes ciudades.

Antes de la llegada de los semáforos estaban los guardias de tránsito dirigiendo parados sobre atriles de madera, yo los vi.

Entonces conocí el primer dispensador automático de Coca Cola en botella, También íbamos algunos fines de semana al almacén Caravana para montar en la escalera eléctrica, una verdadera novedad.

Monté en el Ferrocarril de Antioquia, tristemente desaparecido y conocí el Hipódromo San Fernando en el sector de Guayabal un día en que mi cuñado, empleado del hipódromo de techo de Bogotá, ganó varias apuestas..

En aquellos años los paseos se hacían a las mangas de Belencito y El Corazón, sectores que tenían “Charcos” de aguas limpias y transparentes.
Aunque no conocí el tranvía, si vi las torres metálicas que sostenían sus catenarias a lo largo de la calle San Juan, camino a mi colegio en San Javier.

En esa época pedíamos permiso a los padres para salir a la calle o a la casa de algún amigo, ellos siempre sabían dónde y con quién estábamos.

Fui testigo del inicio de la carrera espacial, del primer satélite artificial y de la puesta del primer hombre en el espacio, luego del triste viaje de la perrita Laika.

Supermercados grandes no había, ni mucho menos centros comerciales de gran superficie, lo primero parecido que vi fue el comisariato de Coltabaco. El almacén Éxito existía desde 1949, pero solo era un pequeño local en el sector de Guayaquil. Luego recuerdo un supermercado La Candelaria en San Juan, donde ahora funciona el Consumo de La América. Sears Roebuck, la cadena de tiendas por departamento estadounidense construyó en 1957 el primer almacén de grandes superficies que se conoció en Medellín, en un gran lote con 500 parqueaderos. También estaban en ese entonces los almacenes Ley. Tia y Caravana, pero a pesar de parecernos grandes, comparados a los de hoy eran solo tiendas. Los radios y los televisores funcionaban con bulbos electrónicos (Tubos), el transistor llegó mucho después a Colombia aplicado a los inolvidables radios de pilas.

Teníamos radiola, en la que escuchábmos discos de vinilo LP, de larga duración a 33 revoluciones por minuto y los sencillos de 78 y 45 RPM.

La vuelta a Colombia causaba furor
Fui testigo de la pasión que generaba la vuelta a Colombia en bicicleta, las radionovelas y los programas musicales en los radioteatros. . Escuchaba Las aventuras de Montecristo. Me cautivaba escuchar emisoras internacionales en onda corta.

Viví  la llegada del Ye ye, Go go, el Club del Clan y Radio 15. Fui fanático de la música de Los Yetis y de las canciones de Beto Fernán, Palito Ortega y Violeta Rivas. Asistí a la última función del teatro Junín, cuando ya estaba condenado a ser derribado, fue como su despedida. Presentaron cantantes, magos y bailarines, un show no muy bueno, pero sí muy significativo.

Me tocó la época de los teatros de barrio y de los matinales del Metro Avenida.

Aunque estaba muy pequeño, fui testigo de la llegada de la televisión y mucho después de la radio FM. A mi generación le toco conocer muchas cosas que ya no están y el advenimiento de las nuevas que aún se conservan. Mi primer computador fue un Texas Instruments TI-99, con una tremenda capacidad de 16K de RAM,  y 26K de ROM, lo último en guaracha, por algo costaban US$525 (Sin monitor) en 1981 y para manejarlo había que dominar el lenguaje DOS, Windows apenas se estaba soñando.

Fui testigo de las semanas santas en las que solo se escuchaba música clásica en las emisoras y en las que salir de paseo a las fincas era poco menos que un sacrilegio. Escuché los sermones del padre Vicente Mejía en las procesiones del Viacrucis en el barrio Cristóbal. Viví los años cuando los curas de Golconda y su teoría de la liberación asustaban al gobierno por sus declaraciones contra la injusticia social.

Presencié el festival de Ancón, El Woodstock paisa en Medellín, desde lejitos, arriba en la carretera. Fueron tres días de música, amor, paz y mucha yerba. Por eso solo lo miré desde prudente distancia a través de la bruma del humo.

Muchas de estas cosas las presencié siendo muy niño, pero las recuerdo como si fuera ayer. Me siento afortunado de haber sido testigo de tantas cosas maravillosas que se fueron, de las que ahora conviven con nosotros y de las que están por llegar.

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