viernes, 19 de octubre de 2012

EL DESASTRE DE LA MINERIA


Esta premonitoria crónica del famoso periodista Colombiano Juan Gosaín la publico siguiendo la invitación de su autor a divulgarla por ser de urgente difusión ante la gravedad de la situación del momento.

"Cuando el último árbol haya sido talado, el último animal haya sido cazado y el último pez haya sido pescado, solo entonces, "el hombre blanco entenderá que el dinero no se puede comer"
(Profecía de los navajos de Norte América)

"El petróleo es la sangre de la madre tierra. cuando el hombre blanco haya acabado con él, vendrá el desastre"
(Profecía de los indios Uwa de Colombia)

Una mañana de mayo pasado, los viejos madrugadores del pueblo de Marytown, perdido en las costas que bordean el sudeste de los Estados Unidos, se levantaron como todos los días a echarles unas migajas de pan a los pájaros marinos que merodean con mansedumbre por los patios y que se han ido convirtiendo en sus amigos.

Lo que vieron los dejó espantados: las gaviotas de cabeza negra, que son tan bellas, también tenían negro el plumaje. Del pico les goteaba una mancha babosa. No podían levantar el vuelo de la arena, con las patas hundidas en una masa de chapapote pastoso, como el asfalto cuando se derrite. Una de las gaviotas miró a la gente pidiendo ayuda.

Según cuentan los testigos, más allá de la playa, cerca del río, tres garzas morenas habían muerto con los ojos despepitados. El guiso espantoso que navegaba corriente abajo, matando todo lo que se le atravesara, era la mezcolanza de petróleo crudo de la 'empresa British', que cayó pocos días antes a las aguas del Golfo de México.

A esa misma hora los alcatraces de la bahía de Santa Marta, al norte de Colombia, desayunaban su ración cotidiana de buñuelos de carbón. El periodista Antonio José Caballero, grabadora en mano, esperaba en la playa el regreso de los pescadores que habían salido a trabajar temprano. Mientras aguardaba, la cámara de su teléfono celular retrató la pala enorme de un barco carbonero que arrojaba al mar el polvo negro que sobró en las bodegas.

A esa misma hora, en las playas legendarias de Juanchaco y Ladrilleros, cerca de Buenaventura, los lancheros de cabotaje que llevan carga y pasajeros por los pueblos que se arraciman en las orillas del Pacífico limpiaban sus motores preparándose para un nuevo día de trabajo. Como si fuera la cosa más natural del mundo, arrojaban al mar el contenido de unos tanques repletos de residuos de gasolina, queroseno y diésel. Un langostino magnífico, que medía un jeme, iniciaba el día tomándose su primera taza de combustible. Cuando vi la fotografía en El País de Cali me dieron ganas de echarme a llorar.

A esa misma hora, en la zona industrial de Cartagena de Indias, abierta sobre la bahía del Caribe resplandeciente, los trabajadores de una compañía empacadora se sentaron a desayunar en los comedores de su empresa. En ese momento volvieron a ver, como venía sucediendo en las mañanas más recientes, que una nata de tizne cubría la superficie del café con leche, y que una mermelada negra, tan semejante al betún de limpiar zapatos, se había pegado al pan y al queso blanco.

Entonces, no aguantaron más. Se levantaron todos, sin que nadie los hubiera convocado, y comenzaron a golpear los platos contra los mesones. La algarabía se oyó en media ciudad. Las autoridades ambientales ordenaron el cierre de un muelle vecino, que se dedica a cargar carbón a cielo raso, sin mayores precauciones ni cuidados, sin tubos cerrados ni conductores protegidos. Seis días después el muelle fue reabierto.

A esa misma hora, en la región acuática de La Mojana, que cubre un gigantesco territorio húmedo de los departamentos de Bolívar, Sucre y Antioquia, bajaban resoplando los ríos Cauca y San Jorge, que se desbordan en caños y ciénagas. El apóstol Ordóñez Sampayo, que se ha gastado la vida defendiendo de la contaminación a campesinos, cosechas y animales, apareció en la plaza de Guaranda con el dictamen médico en la mano: los doctores certificaban que los tres niños que nacieron deformes tenían mercurio en el sistema sanguíneo.

El terrible mal de Minamata, como lo saben los japoneses, porque las empresas en cualquier parte del mundo, en Tokio o en Majagual, arrojan porquerías químicas a las corrientes, y primero se pudren las aguas, y después nacen degenerados los peces y los camarones, y después nacen sin ojos los niños cuyas madres, en aquellos caseríos extraviados de la mano de Dios, consumen esa agua y esos pescados.

En las cabeceras de ambos ríos, las compañías mineras, que buscan oro entre la tierra, hacen sus excavaciones con un sancocho de mercurio y ácidos. Arroyos y acequias se llevan el mazacote. Los bocachicos mueren con la boca abierta en los playones. Las espigas de arroz no volvieron a crecer.
En medio del desastre causado por las inundaciones, y como si fuera poco, las yucas harinosas de antes florecen ahora con un hongo químico a manera de cresta. El hambre campea entre los pocos ranchos que no se ha llevado el invierno. Las emanaciones de las lagunas huelen a lo mismo que huele un laboratorio de detergentes.

Hay que decir, también, que los empresarios mineros se defienden diciendo que Ordóñez Sampayo está loco. Claro que está loco: ningún hombre cuerdo expone su pellejo ni dedica su vida entera a defender a un ruiseñor, una mojarra, un plátano pintón, una mazorca de maíz o a una mujer embarazada que carga un fenómeno en el vientre.

            Epílogo

Aquella mañana, cuando los pescadores de Santa Marta regresaron a la playa, el periodista Caballero los acompañó en su tarea de descamar y abrirles el buche a los escasos pescados que traían.

            -¿Qué es eso? -preguntó, intrigado, al ver unas bolas negras en el estómago de un bagre.

            -Carbón, amigo -le contestó uno de ellos, levantando el animal-. Pelotas de carbón. Eso es lo que comen ahora.

            Caballero tomó más fotografías y se las llevó a algunos funcionarios de la industria carbonera.

            -No se preocupe -le contestó el gerente-. Vamos a construir un nuevo muelle de última generación.

            -No lo dudo -dijo el reportero, con una mueca de dolor que parecía sonrisa-. No lo dudo: será la última generación.

El día que Caballero me contó esa historia, y me enseñó sus fotografías, ya no sentí ganas de echarme a llorar, como la vez aquella del langostino bañado en combustible. Lo que sentí ahora fue rabia. Cuando ya no quede una sola hoja de acacia, cuando el último pulpo haya muerto atragantado con ácido sulfúrico y cuando nuestros nietos nazcan con un tumor de carbón endurecido en la barriga, entonces será demasiado tarde. Dispondremos de computadores infrarrojos de última generación, pero ya no habrá agua para beber; los celulares de rayos láser se podrán comprar en las boticas, pero el sol no volverá a salir; los niños encontrarán el algoritmo de 28 a la quinta potencia con solo cerrar los ojos, pero dentro de 20 años no sabrán de qué color era una golondrina.

Los invito a todos a ponerse de pie antes de que se marchite el último pétalo. Usen el arma prodigiosa del Internet para protestar. Hagan oír su voz. Que el correo electrónico de los colombianos sirva para algo más que mandar chistes y felicitaciones de cumpleaños. Porque, si seguimos así, el día menos pensado no quedará nadie que cumpla años. Ni quién envíe felicitaciones.

JUAN GOSSAÍN
             
Bogotá, Colombia


jueves, 18 de octubre de 2012

DESCUBRIMIENTO DE AMERICA

"No nos descubrieron, nos encontraron de chiripa"
DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA VERSIÓN 2012

"Cuando llegaron, ellos tenían la Biblia y nosotros la tierra y nos dijeron:
Cierren los ojos y recen.
Y cuando abrimos los ojos nosotros teníamos la Biblia y ellos la tierra"
-Jomo Kenyatta-



Lo del descubrimiento de América debió ser una cosa sensacional. Es que eso de toparse de chiripa con tamaño continente equivaldría a que una misión de exploración a Marte se encontrara en su ruta con un planeta desconocido, habitado y con grandes ciudades, conocimientos astronómicos y científicos. Halló Colón pues una tierra habitada, repleta de oro y exuberante flora y fauna.

La primera pisada de Colón en las blancas arenas de Guanahaní no dista mucho de lo que vimos cuando Neil Armstrong posó tímidamente su pie en el suelo lunar. Si la televisión satélite y el streaming via web hubiesen existido en 1492 sin duda los reyes católicos se habrían tapado de plata con las entradas que por derechos de transmisión se hubieran ganado, también sin duda la reina Isabel se habría ruborizado y le habría pegado un buen codazo a su consorte el rey Fernando de Aragón al ver en su canal de televisión a las despampanantes nativas que ya practicaban el toples y lucían un diminuto taparrabos.

Los europeos se habrían quedado boquiabiertos al ver en sus pantallas las grandes ciudades de los Incas, los Aztecas y los Mayas, los frondosos bosques y los inmensos ríos de esas tierras más allá de la mar tenebrosa, y claro se quedarían bizcos con las hermosas nativas.

La incipiente medicina europea que confiaba ciegamente en las sanguijuelas para curar todo mal no le llegaba a los tobillos a los poderes sanadores de las plantas que conocían los nativos de esa nueva tierra.

Los arquitectos españoles hubiesen caído rendidos al ver la magnificencia de las construcciones Incas, Mayas y Aztecas. La orfebrería de exquisita filigrana Quimbaya los habría deslumbrado. En fin si las comunicaciones en aquel 12 de octubre de 1492 les hubiera permitido ver la esplendidez de este continente que se encontraron por azar y sobre todo si sus intenciones hubiesen sido más humanitarias y menos mercantilistas, invasoras y coloniales otra canción sonaría hoy.

Fue un encuentro casual de dos mundos, para bien o para mal, como saberlo. Pero lo que sí no deja duda es que de no haber ocurrido quienes habitamos en estos lares no estaríamos aquí.

Pero como todo esto que digo es un sueño y los sueños sueños son. Dejo claro que no nos descubrieron, solo nos encontraron y de pura chiripa.