viernes, 7 de mayo de 2010

LA PRIMA

PRIMERA PARTE


Las señoritas Lopera eran dos hermanas que habían visto pasar más de siete décadas a través de los cristales de las ventanas de su vieja casona, ubicada en un exclusivo sector de la ciudad. Su antes tradicional barrio de hermosas casas con amplios antejardines había cedido el paso a enormes moles de concreto en los que ahora habitaban cientos de familias emergentes.

Su casona era ahora una isla en medio de aquel descomunal nuevo hábitat. Ellas no habían aceptado las tentadoras ofertas de varias empresas constructoras que codiciaban su propiedad para demolerla y completar su complejo urbanístico y sus pingües ganancias.

Dorita y Mencha, eran estos sus nombres, vivían felices en su caserón en medio de muchas cosas que les recordaban sus tiempos mozos. Su única compañía era su perrito Bubo, un bull dog más anciano que ellas.

En la sala principal estaban intactos aún los muebles Vieneses que su padre importara desde Europa y que llegados a Barranquilla fueron embarcados por el río de La Magdalena hasta Puerto Berrío, entonces pujente puerto fluvial. Desde allí y a lomo de mula recorrieron las trochas de entonces hasta La Villa, ciudad donde Don Flinio Lopera, su padre, estableciera su hogar al casarse con Dorilda Mesa, una de las mujeres más bellas de la época.

Las hermanas Lopera conservaban también una hermosa colección de porcelanas checas y muchas perlas y figuras de Murano. En sus cofres guardaban sus invaluables joyas, sus anillitos de infancia, las gargantillas zarcillos y brazaletes de sus quince años y otra gran cantidad de joyas engarzadas con diamantes y piedras preciosas.

Como no creían en los bancos, y tal vez con razón, guardaban grandes sumas de dinero bajo llave en un viejo escaparate que había sido de su abuela materna Doña Conchita Restrepo, muy célebre en su tiempo por haber sido muy instruida gracias a que leía a escondidas y a pesar de la prohibición de esos años, obras de Víctor Hugo, Gustav Flauvet, René Descartes, Balzac y hasta el elogio a la locura ilustrado de Erasmo de Róterdam.

La gente la llamó por ello “Libre pensadora”, título que entonces era considerado despectivo y que la marginó de la sociedad y hasta de parte de su familia, que como casi todas atendía a pié juntillas las “Recomendaciones” de la iglesia. Existía un libro publicado por el Vaticano: El Index Expurgatorius que consignaba una lista de libros para ellos perniciosos para la fé. El Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum tuvo muchas ediciones hasta 1.966, cuando se decretó una prohibición para seguir añadiendo títulos a su lista.

Pero para no desviarme de la historia de las Lopera prometo contarles más de esto en otra publicación.

¿En que iba?, Ah... ya, que en conclusión las hermanitas vivían como la pobre viejecita de Pombo, nunca les faltó, ni les falta, ni les faltará nada. Su salud, por la gracia de Dios siempre había sido excelente, como decimos en Colombia: No les dolía una muela.

Lo que si no habían podido evitar las Lopera fue el paso del tiempo, su terso cutis se había ajado poco a poco y ellas habían asistido a esta triste metamorfosis a través de su fino espejo Francés, cuyo marco dorado con figuras de hojas en oro había enmarcado su inevitable transformación.

Por eso todos los días cubrían su rostro con un cosmético llamado pancake y sus mejillas con colorete, parecían dos muñecas de loza.

Pero a todo paraíso llega una serpiente, esta vez encarnada en el cuerpo de su prima Magaly. Poco a poco Magaly se fue acercando a las dos ancianas para ganarse su confianza y convertirse en su prima preferida. Les hacía todos los trámites, les compraba los víveres y finalmente se quedaba a dormir los fines de semana. Las Lopera estaban encantadas con tan diligente compañía y disfrutaban como nunca al calor de la chimenea las deliciosas tisanas que Magaly les servía, en cambio a Bubo no le simpatizó la nueva compañía y cada que la veía le gruñía mostràndoles sus ya incompletos dientes.

Aclaro que las Lopera nunca recibían visitas, la poca familia que les quedaba vivían unas en Estados Unidos y otras en Inglaterra, solo Magaly estaba allí ahora para “cuidarlas” y mimarlas con sus ricas tizanas.

Mencha fue la primera en caer enferma, una mañana despertó con desaliento y tontina, según ella dijo. El médico la visitó y le mandó mucho reposo y un reconstituyente, desde entonces nunca se volvió a levantar, en parte por la recomendación médica y en parte porque cada día se sentía más débil.

Magaly, diligente como siempre, le llevaba a Dorita documentos para que firmara y que según le decía eran para agilizar la atención de Mencha en un hospital geriátrico muy reconocido, Dorita aceptaba sin desconfiar de tan atenta colaboradora y al contrario le obsequiaba de vez en cuando alguna de sus joyitas para retribuirle su apoyo incondicional.

Todas las mañanas Magaly revisaba el buzón y rompía toda la correspondencia que viniera de sus familiares, al tiempo que les enviaba cartas en las que les contaba lo bien que estaban las viejitas.

Mientras Mencha no mejoraba Dorita también empezó a sentirse mal y tuvo que guardar cama, Magaly les prometió que nunca las abandonaría y que las cuidaría por siempre.

Un día en que Magaly salió para hacer algunas diligencias, Dora sobreponiéndose a su malestar caminó como pudo hasta la cocina para servirse su tisana y al abrir un cajón descubrió un extraño frasco de veneno para hormigas con la mitad de su contenido, mirando su etiqueta pudo ver que uno de sus componentes era cianuro de potasio, eran unos gránulos muy semejantes al azúcar. Un terror repentino la invadió y comenzó a sospechar lo peor, vació temblorosa en otro frasco ese veneno y lo reemplazó por azúcar refinada de una bolsa nueva y lo volvió a guardar en el cajón, votó por el lavaplatos el contenido de la vieja azucarera de cristal e igual reemplazó su contenido con azúcar nueva.

Sintió que alguien abría la puerta principal y apoyándose en las paredes se dirigió tambaleante hacia su cuarto.

Al llegar a su cuarto Magaly le preguntó asustada por que estaba levantada y Dorita le respondió que había estado en el baño. Magally la ayudo diligentemente a llegar a su lecho y corrió a la cocina para servirle su acostumbrada pócima. Una vez allí notó extrañada la bolsa de azúcar sobre la mesa de la cocina y finalmente sin darle importancia la guardó en el armario.


SEGUNDA PARTE

Así pasó aquella noche en la que Dorita no pudo conciliar el sueño pensando en su macabro descubrimiento. Al despuntar el día le contó a su hermana el increíble plan de su prima y se abrazaron aterradas sin saber que hacer en ese momento, luego ya más sosegadas acordaron seguir aparentando sentirse cada día más desmejoradas para no despertar sospechas ante su prima. Magaly continuó tan atenta con ellas como siempre, llevándoles cada día sus aromáticas al cuarto y haciéndose pasar como la gran acompañante de las dos ancianas.

Un día en que Magaly salíó de la casa, las dos mujeres corrieron a su cuarto y descubrieron entre sus cosas gran parte de sus joyas queridas, no ya habían dudas respecto a las intenciones de su prima, luego entraron al cuarto del viejo escaparate y vieron que sus puertas habían sido forzadas y que parte de su dinero ya no estaba.

Cuando sentían que su prima metía su llave en el cerrojo de la puerta principal se escabullían rápidamente en el cuarto y ponían la mejor cara de enfermas que podían. Mencha fué la primera en sugerirle a su hermana el plan maestro de su venganza y desde entonces comenzaron a urdir una estratagema mil veces más cruel que la de su despiadada prima.

Los días fueron pasando y las hermanitas Lopera parecían agravarse, sus ojeras y palidez delataban su deterioro físico, Magaly seguía dedicada a su atención y les ayudaba a tomar sus infaltables tisanas. Finalmente un 3 de julio Mencha falleció y su médico certificó el hecho ante las lágrimas de su hermana y la mirada atónita de Magaly, el doctor anotó que su muerte se debía a una falla respiratoria muy común en personas de su edad.

La funeraria envió su coche fúnebre y la trasladó para preparar el cadáver, Magaly como siempre firmó los correspondientes documentos prometiéndole a Dorita que se encargaría de todo para que ella reposara tranquila. Dorita se arropó y se dispuso a dormir un rato.

La familia de las Lopera se excusó de asistir al funeral, conocían muy bien que su fortuna pasaría directamente a su querida hermana, al fin y al cabo ellos eran unos primos muy lejanos y nada aspiraban de sus bienes.

Después de la ceremonia y ya en la noche, Magaly le presentó unos documentos a Dorita para que los firmara, según ella para legalizar la cremación de Mencha, Dorita se negó aduciendo que su hermana le tenía pánico a esa práctica y le contó que su voluntad era ser sepultada en campo santo y que su amigo Rubén Valdez sería quien se encargara de su sepelio. Mencha sin disimular el disgusto abandonó el cuarto y salió de la casa, no sin antes hacer una llamada telefónica, tan misteriosa como tantas otras que había presenciado Dorita sin que Magaly se percatara.

Una vez salió Magaly, Dorita corrió al cuarto de su prima y no tardó en descubrir el documento bajo la ropa que guardaba en uno de los entrepaños de su guarda ropas. Era un traspaso de una de sus fincas campestres a Magaly, allí mismo estaban otros documentos que la prima con engaños le había hecho firmar, los tomó y luego los escondió muy bien bajo una baldosa suelta que había debajo de su cama.

Hecho esto entró al baño y se maquilló cuidadosamente aplicándose el maquillaje que la hacía ver pálida y ojerosa, Dorita ya había iniciado su elaborado plan y se aventuró a ir a la cocina para rociar el verdadero veneno de hormigas que ocultaba en el postre de guanábana que Magaly tenía en la nevera y del que era adicta su primita. Otro poco de veneno lo puso en su zumo de uvas y algo más en su agua mineral. Hecho todo se fue a la cama con cara de moribunda.

Magaly se acostó esa noche indispuesta, la cabeza le daba vueltas y le atribuyó todo a las copas que había tomado con su amigote Lucho, un roquero ya entrado en años que a pesar de su edad aún creía ser el chico melenudo de los años sesentas, verdaderamente su aspecto era algo ridículo.

Magaly sintió que la puerta de su cuarto se abría lentamente y sacó su cabeza de entre las mantas asustada para ver quien hacía esto, pero en la penumbra del cuarto notó que la puerta estaba cerrada, volvió a embrujarse entre las cobijas aliviada del susto, no volveré a beber tanto se dijo para disponerse a dormir. No tardó en sentir que alguien tocaba sus pies y esta vez se sentó rápidamente en la cama y aterrada descubrió el blanquecino espectro de su difunta prima Mencha, que le enseñaba el frasco de veneno extendiéndole su huesuda y temblorosa mano, entonces perdió el sentido y no volvió a saber nada hasta que los rayos del sol del nuevo día la despertaron.


CAPÌTULO FINAL

Magaly Abrió los ojos esa mañana pensando que todo aquello había sido una espantosa pesadilla, quiso levantarse y no pudo mover su cuerpo, es más, no sentía su cuerpo. Hizo desesperados esfuerzos hasta comprender que estaba completamente paralizada, solo podía mover los ojos dentro de sus entumecidas órbitas, escuchaba el inconfundible bip proveniente de una máquina hospitalaria que estaba al lado de su lecho, vió la máscara de oxigeno que tenía en su nariz y los catéteres y mangueras en sus brazos, quiso gritar y solo emitió extraños gorgoteos fue entonces cuando volvió a perder el sentido.

No supo cuanto tiempo había transcurrido cuando las voces de Dorita y Mencha la despertaron, pudo verlas inclinadas mirándola con su curiosidad de ancianas.

- Magaly no te preocupes, aquí estamos de nuevo en casa, te retribuiremos ahora tus atenciones querida prima hasta el fin de tus días, le dijo Dorita, haciéndole beber una exquisita tasa de agua de limoncillo, mientras Mencha le sostenía la barbilla para facilitarle la ingestión. Entonces las miradas de las hermanas Lopera se encontraron sin poder evitar un mutuo ataque de risa. Ja… Ja…Ja…

D.Z.R.